Los infanticos eran siete, vivían en el Pilar y vestían de morado

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La historiadora Olga Hycka publica un libro con numerosos datos curiosos sobre la tradición y devoción a la Virgen

MARIANO GARCÍA | Heraldo de Aragón

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Olga Hycka acaba de publicar un libro sobre el Pilar.

Los populares infanticos de la Virgen del Pilar, que cantaban en las ceremonias que se celebraban en la Santa Capilla, están documentados ya a finales del siglo XVI, aunque se sospecha que surgieron tiempo antes. Lo que resulta menos conocido es que eran siete, que dormían en la basílica y que vestían de morado. Este es uno de los numerosos datos curiosos que ha recogido la historiadora Olga Hycka en su libro ‘Nuestra Señora del Pilar: de la tradición a la devoción’, que acaba de publicar. La obra, de más de 500 páginas, sigue la estela de otro libro de la misma autora que llevó a las prensas hace un par de años la Institución Fernando el Católico, ‘Santa María la Mayor y del Pilar de Zaragoza. Evolución histórica del templo colegial’. Los dos son fruto de su tesis doctoral.

“El primero se ocupaba del Pilar anterior al que vemos hoy en día, y este se centra más en los aspectos más cercanos a la Virgen y también en la Santa Capilla. He revisado toda la información publicada hasta ahora y profundizado en los archivos, especialmente en el de Protocolos Notariales, y también en las actas capitulares del Archivo del Pilar, en busca de información novedosa”, señala.

La altura de los mantos

Hay datos que no son nuevos, aunque sí poco conocidos, como que las mujeres de la Casa Real tienen el privilegio de poder entrar en la Santa Capilla, y que, al contrario de lo que se creía, Margarita de Austria, mujer de Felipe III, asistió a misa en el interior de la Santa Capilla al lado de su marido. O que durante un tiempo se regalaba una imagen de oro de la Virgen a los visitantes más ilustres. O que fue Teresa de Entenza quien, en 1327, dejó un legado especial para sufragar el primer revestimiento de plata de la Columna donde reposa la Virgen.

Olga Hycka es licenciada en Medicina y Cirugía por la Universidad de Zaragoza. Entre 2005 y 2010 cumplió con una de sus vocaciones y estudió Historia del Arte. Desde entonces ha buscado información sobre el Pilar en todo tipo de archivos.

“De niña escuchaba la jaculatoria de la Virgen y me intrigaba que la Virgen se hubiera aparecido ‘en carne mortal’ en Zaragoza. No sabía muy bien el significado de esa expresión. Y cuando descubrí que Zaragoza es el único sitio donde se apareció la Virgen en vida entendí que es algo de lo que los aragoneses debemos sentirnos muy orgullosos. Desgraciadamente, no estoy segura de que esto sea algo suficientemente conocido y valorado a nivel popular. A veces da la sensación de que se habla más de Halloween”.

En el libro de Olga Hycka se habla de la basílica, los mantos de la Virgen, las reliquias, las joyas, los infanticos… ¿Por qué vestían los niños de morado? “La documentación antigua así lo señala. Yo creo que podría deberse a que se buscó distinguirlos de los infantes de la Seo, que vestían de rojo, aunque al final hayan acabado adoptando ese color. Eran siete, a diferencia de las formaciones de otras catedrales, porque su número venía dado por ser siete los varones apostólicos que Santiago convirtió en Zaragoza. Durante algún tiempo, entre los nobles zaragozanos gustó que sus hijos sirvieran durante un año como infantes. Iban vestidos igual que el resto, pero con ropa de mayor calidad”.

infanticos del pilar
Los infanticos, dirigiéndose a participar en una celebración nocturna en la basílica del Pilar.


¿Los mantos? “Hace poco se ha fechado en 1490 uno de los milagros de la Virgen y por él ya se donó un manto -relata Olga Hycka-. Lo que todavía mucha gente no sabe es que han vestido a la Virgen en cinco alturas distintas, que se ha ido bajando paulatinamente. La última, que deja totalmente exenta y a la vista la escultura, es de 1940, cuando se celebró el bimilenario de la venida de la Virgen a Zaragoza”.

Ministriles y exvotos

Tampoco es muy conocido el hecho de que la basílica tuvo ministriles. “Eran cuatro músicos de viento que acompañaban musicalmente las ceremonias más destacadas. Esto nos coloca al nivel de Toledo, Sevilla, Santiago de Compostela y León, únicas catedrales que los tuvieron antes que Zaragoza”.

¿El joyero, las donaciones? “Una de las donaciones importantes que se podía hacer a la Virgen del Pilar y que hoy ya nadie recuerda eran las lámparas de la Santa Capilla. Estaban encendidas día y noche, así que la donación no era solo de la lámpara en plata en sí, sino que había que hacerse cargo del aceite que consumían. Las lámparas llevaban las armas del donante y a veces tenían carácter de exvoto, como una que donaron dos hermanos de Tarazona tras sobrevivir a un naufragio.

¿Había exvotos? “Fueron muy frecuentes en el Pilar, aunque ya no hubo lugar para ellos cuando se inauguró la Santa Capilla”. También desaparecieron las lámparas de plata, que al estar encendidas día y noche manchaban mucho. Se fundieron, y las nuevas se colocaron en los muros de alrededor. Pero también, como recientemente las velas, se acabó suprimiendo su uso para ensuciar menos el rico patrimonio cultural que atesora la basílica.

‘Nuestra Señora del Pilar: de la tradición a la devoción’ incluye numerosos datos sorprendentes. Solo uno más: las populares cintas no solo se han vendido en la basílica. Hubo un tiempo en el que Santa Engracia tuvo también las suyas, y se vendían tras ponerlas en contacto con la cabeza de la imagen de la santa.

Tres años para la copia de un manuscrito

La devoción a la Virgen del Pilar, a diferencia de otros cultos marianos muy extendidos, como los de Lourdes o Fátima, es muy antigua. Fue Calixto III, en 1456, quien aceptó en una bula la Venida de la Virgen a Zaragoza. La tradición se recoge en los dos últimos folios de los ‘Morales del papa san Gregorio‘ que se conservan en el Museo Pilarista y se fechan en los siglos XII y XIII. La vía por la que ese relato llegó a Zaragoza daría para escribir una novela: en el año 646 se echó en falta el ejemplar de los ‘Morales’ que San Gregorio había escrito a instancias de San Leandro, obispo de Sevilla, y el monarca visigodo Chindasvinto envió a Roma al zaragozano obispo Tajón, para que volviera con una copia del manuscrito. Tajón tardó tres años en cumplir el encargo porque se enfrentó a numerosas dificultades. El documento no aparecía en la biblioteca papal, el pontífice Teodoro falleció y hubo que elegir otro, Martín I… Al final, una noche, rezando en la basílica de San Pedro, se le apareció una procesión de santos que le indicaron el lugar en el que se encontraba el manuscrito. Cuando Tajón regresó a España, en el 649, ya había fallecido Chindasvinto y reinaba Recesvinto desde Toledo. Allí se sacaron nuevas copias de la obra que se enviaron a distintas iglesias españolas. Y la que se realizó en Roma fue la que se depositó en el Pilar.

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