El MUSEO PILARISTA alberga una valiosísima colección de pinturas, coronas, mantos, joyas y otros objetos, donados históricamente a la Virgen.
La abundancia de objetos, su carácter variopinto y su valor desigual, amén del abigarramiento en que se muestran, pueden producir una cierta desorientación en el visitante del Museo Pilarista con riesgo de que se escapen a su contemplación las cosas más importantes.
Y es que en unas vitrinas que ostentan ofrendas de reyes, nobles, periodistas, toreros, cofradías, etcétera, y en las que se mezclan coronas, cálices, sagrarios, mantos, abanicos y todo tipo de regalos, resulta difícil distinguir lo más interesante.
Querríamos obviar esa dificultad y, señalar aquí, aunque de modo sumario, aquellos objetos que, por su calidad, merecen una atención especial.
Dos obras sobresalientes
Las dos piezas que sobresalen del conjunto son el olifante de Gastón de Bearn y el Libro de Horas de Santa Isabel, y de ambos vamos a decir unas palabras.
El olifante es un cuerno de guerra de marfil tallado con profusa decoración oriental, de estilo persa, con animales reales y fantásticos: águilas, pavos reales, leones, basiliscos, etcétera, realizado en el siglo XI. Perteneció al vizconde Gastón IV de Bearn, quien acudió con sus tropas en ayuda del rey Alfonso I el Batallador para conseguir la conquista de Zaragoza en 1118. Gastón de Bearn falleció el 1131 y dispuso que se le enterrase en el templo de Santa María la Mayor junto con su esposa Talesa, si bien es imposible saber si su deseo fue cumplido. Además de constituir una pieza de enorme valor artístico, tiene la importancia añadida de que se trata de la primera donación documentada a la Virgen que, bajo la advocación del Pilar, era venerada en dicho templo. Es, sin duda, una preciosísima joya.
El Libro de Horas de Santa Isabel de Portugal es un libro muy pequeño, encuadernado en plata dorada y repujada. Las páginas, en vitela, están magníficamente ilustradas con miniaturas policromadas con imágenes de santos. A pesar de su tamaño diminuto contiene escritas en muy fina letra las oraciones que solían ser usuales en la época, una especie de oficio parvo o breviario para seglares. Es del siglo XVI.
Junto con estas dos piezas relevantes, hay otras que no pueden pasar inadvertidas para el visitante. Por ejemplo, el cáliz que perteneció a San Juan de la Cruz, el cáliz con el que San Pío X dijo la misa en la que bendijo la gran corona en su capilla vaticana; la carta autógrafa de Santa Teresa de Jesús; las donaciones de la Casa Real española y, por supuesto, la rica colección de joyas de los siglos XVI-XVIII que se exhiben en la última vitrina. Y en modo alguno debe abandonarse este curioso Mueso Pilarista sin echar siquiera un vistazo a los bocetos de Goya, los Bayeu, González Velázquez y demás artistas que decoraron los muros de la Basílica. Sólo falta el del coreto.
Para terminar este capítulo, añadiremos que algunas de las joyas enajenadas el año 1870 en la capital del Ebro fueron subastadas poco después en París por sus nuevos dueños. De esta subasta parisina proceden, sin duda, las hermosas alhajas que ahora mismo pueden contemplarse en el museo “Victoria y Alberto”, junto a los jardines londinenses de Kesington. Su origen no ofrece ninguna duda, a juzgar por la cartela de la vitrina en que se encuentran: “From Tresaury of the Virgen del Pilar, Saragossa”.
Expolios y subastas
“Siendo inapreciable el valor religioso y espiritual, artístico e histórico de este inmenso “tesoro”, puede decirse que aún sería mayor si no hubieran desaparecido algunas de sus mejores piezas. Dos han sido las causas fundamentales del empobrecimiento del “Tesoro”, tanto en cantidad como en calidad: el expolio francés tras los Sitios de Zaragoza y las sucesivas subastas.
El saqueo de los franceses fue cometido con la complicidad del arzobispo Ramon José de Arce y de su obispo auxiliar, Miguel Suárez Santander, dos afrancesados que permitieron y propiciaron que el mariscal Jean Lannes, duque de Montebello, se llevara con absoluta impunidad las joyas más ricas y hermosas.
Entre el inmenso botín arrebatado cabe destacar la gran corona donada por el arzobispo Juan Suárez de Buruaga (1768-1777), el clavel de doña María Teresa de Ballabriga, viuda del infante don Luis de Borbón, los dos ramos del marqués de Villalópez y de la duquesa de Villahermosa, los dos retratos del emperador Francisco de Lorena y de su esposa María Teresa de Austria, y la mejor alhaja de todo el joyero, a saber, el gran pectoral de la reina doña María Bárbara de Portugal. Un inventario manuscrito que se conserva en la biblioteca del Palacio Real de Madrid, describe con todo detalle alguna de estas joyas. Eran únicas tanto por su categoría artística como por su interés histórico.
La otra vía por la que han escapado muchísimos objetos del joyero del Pilar ha sido la de las subastas. Para proseguir y terminar las obras del templo mariano y para asegurar su mantenimiento, ha sido necesario recurrir a varias enajenaciones de joyas. Arzobispado y Cabildo siempre han considerado con buen criterio que es preferible tener una basílica sin joyas a poseer un montón de joyas con una basílica maltrecha.
La subasta más importante tuvo lugar en mayo de 1870. El golpe que en esta ocasión sufrió el “tesoro· del Pilar fue tremendo, mayor, quizás, que el del francés Lannes, ya que fueron licitados nada menos que 523 lotes, de los que noventa fueron estimados como “artísticos” por el propio catálogo editado para la ocasión. Ciertamente, las joyas vendidas entonces sirvieron para concluir la construcción del Pilar, pero causa estupor constatar cómo desapareció más de medio millar de joyas primorosas. Joyeles, relicarios, medallas, imágenes, cruces y un conjunto excepcional y único de objetos de los siglos XVI y XVII fueron subastados.
Para darse cuenta del ingente valor de algunas de las joyas puestas a subasta, baste con leer su descripción en el catálogo editado para la venta, cuya portada lo dice todo: “Catálogo de alhajas de la Santísima Virgen del Pilar de Zaragoza que con la debida autorización se enajenan en subasta para la continuación de las obras del mismo Santo Templo Metropolitano. Zaragoza. Tipografía de don José María Magallón. 1870. He aquí sólo tres ejemplos:
- “Una joya de oro esmaltada de varios colores, en cuyo centro se halla una sagrada familia, copia de Rafael, ejecutada sobre esmalte y de la época de Luis XIII”.
- “Un joyel de oro, sostenido por cuatro cadenitas, en cuyo centro hay un perrito. Esta preciosa alhaja está adornada con rubíes, perlas y esmeraldas. Lo delicado de sus esmaltes, caprichosos dibujos y artística ejecución la recomiendan como también la época del trabajo ejecutado en el siglo XVI”.
- “Un reloj saboneta de oro con las tapas caladas, esmaltadas y salpicadas con rosas de cifra; la máquina es de las primitivas con cuerda de guitarra. Esta preciosa joya es notable porque recuerda la época del descubrimiento e invención de los relojes de bolsillo y por ser regalada al santuario por Felipe IV”.
En el último tercio del pasado siglo XX hubo tres nuevas subastas, aunque de menor entidad que la de 1870.
La primera de ellas suscitó una gran expectación, pero fue muy modesta ya que solamente se licitaron 110 piezas con un precio de salida de tres millones de pesetas. Tuvo lugar el 13 de junio de 1979, un año en el que se estaban acometiendo grandes obras de restauración en las techumbres de la basílica.
La segunda, que se desarrollo en mayo de 1980, fue más importante, pues se pusieron a puja 207 lotes con una base de salida ligeramente superior a los veinte millones de pesetas.
La tercera y última apenas si suscitó interés y en ella se subastaron 27 lotes con un precio de salida superior a los 34 millones de pesetas.
En estas tres ocasiones, solamente se enajenaron alhajas que no tenían importancia artística o histórica y, si se conocían los donantes, se solicitaba su autorización para proceder a su venta. Como anécdota vale la pena consignar que hubo donantes que dieron su permiso para la subasta y que, acudiendo a ella para hacerse de nuevo con su joya, volvieron a donarla para el Tesoro de Nuestra Señora del Pilar.
En la actualidad, siempre se avisa a los oferentes de alhajas de que, en caso de necesidad, sus joyas pueden subastarse con el fin de atender a las perentorias necesidades de una fábrica que, por sus enormes dimensiones, precisa de permanentes trabajos de reparación”.