Sótanos, bodegas y pasillos subterráneos

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Cuando un turista visita el Pilar queda fascinado por sus cúpulas, los frescos y, por supuesto, el camarín de la Virgen. Otras miradas –acaso más transgresoras– se detienen en alguna trampilla de madera bajo el suelo o en una estrecha escalera que asoma tras un portón confundido entre celosías. Son los escalones que llevan a los sótanos de la basílica, muy desconocidos para la mayor parte de los zaragozanos. Algunos han visitado la cripta en la que descansan ilustres paisanos y que se abre una vez al año con motivo de Todos los Santos, sin embargo se preguntan qué hay en las bodegas del Pilar, alimentando su imaginación con leyendas de canales, laberintos y ocultos pasadizos.

El Pilar está construido sobre un terreno compuesto por gravas y arenas, como corresponde a su cercanía con el Ebro. «Antes cuando subía el agua, esta anegaba el subsuelo, penetrando por todos los poros que dejan las arenas. Este proceso, continuado durante años, fue dejando el suelo cada vez más poroso y llegó un momento en el que empezó a ceder y a producirse asientos. Si nos ponemos a mirar desde el interior del Pilar los arcos de la nave más próxima a la plaza desde la puerta de la capilla del Santo Cristo, podremos ver cómo están deformados, porque las pilastras de la nave central llegaron a descender hasta 20 centímetros», explica el capellán José María Bordetas.

la lucha contra las riadas
La lucha contra las riadas. La basílica permanece ajena a las sucesivas crecidas del Ebro a pesar de su cercanía al río. Antaño se anegaban los sótanos en los que se guardan alfombras, lámparas, cuadros y elementos que ya no se usan en la liturgia. Hoy estas estancias permanecen intactas gracias a los muros de contención de la ribera.

Contener las riadas

Muchas veces entraba el agua a las zonas más bajas de la basílica «pero se seguían oficiando misas», aclaran los responsables de mantenimiento. Había que esperar a que bajara el nivel del río y que el agua se marchara, «a pesar de que su arrastre dejaba entonces el terreno cada vez más poroso y ponía en jaque la cimentación del templo». Fue en la década de 1960 cuando se construyó una suerte de colector por toda la ribera, desde la plaza de Europa y hasta Las Fuentes, que con su gran envergadura de hormigón armado «hace las veces de muro de contención», explica este sacerdote del Cabildo, que ha pasado toda su vida en la catedral. Y no es un epíteto, porque Bordetas nació hace 78 años en la misma basílica, pues su padre era silenciero del templo (lo que hoy sería celador) y vivía en una torre del Pilar, como otras personas que trabajaban en la catedral.

Otro de los responsables de que el Pilar, felizmente, resista los envites del río fue Teodoro Ríos Balaguer (el abuelo del actual arquitecto conservador del templo), que entre 1928 y 1950 puso en marcha un ambicioso plan cuando la basílica amenazaba ruina. «El Pilar se abría en dos, como si fuera un libro, tenía numerosos problemas estructurales y las grietas eran muy visibles», apunta Bordetas, que recuerda que se puso en marcha una cuestación popular e, incluso, en 1932 se llegó a rodar una película para conmover al espectador y recaudar fondos con el poco tranquilizador título de ‘¡El Pilar se hunde!’. Y era cierto. La basílica estuvo a punto de derrumbarse por su mal estado: en algunas de las escenas puede verse el suelo levantado y andamios en las alturas para sujetar las cúpulas. Finalmente, logró salvarse gracias a la inyección de cemento en todo el subsuelo a unas profundidades de 20 y 25 metros. Además, también se aseguraron los arcos y se ensancharon las pilastras para que aguantaran mejor el peso de las cubiertas. Estos trabajos se iniciaron durante la Segunda República, se vieron afectados por la Guerra Civil y no concluyeron hasta el año 1941.

el pilar se hunde en 1932
¡El Pilar se hunde! En 1932 se rodó una película para recaudar fondos con los que financiar la restauración de la basílica. Con este alarmante título, ‘El Pilar se hunde’, se mostraba el mal estado de las cubiertas y los cimientos, que precisaron de potentes inyecciones de cemento para mantenerse en pie.

«El problema es que entonces el río no estaba tan regulado como hasta ahora, había muchas avenidas y el agua creaba huecos bajo la catedral. En un edificio de ladrillo, cuando una pilastra baja más que el resto, descompensa los empujes y empieza la ruina», explican. El Puerto Fluvial, el Foro Romano y el parquin de la plaza del Pilar suelen sufrir inundaciones cuando el río se pone bravo pero, por fortuna, estas filtraciones no alcanzan ni el pozo medieval del Diocesano ni las criptas el Pilar. Ambos están a más altura que las construcciones de la época de Tiberio y, además, gozan del abrigo protector del muro que transcurre en la ribera. Este paramento, que sustenta también a la Lonja e incluso al puente de Piedra, se consolidó por última vez en 2009 con una inversión de medio millón de euros.

Héroes y otros ilustres

En el Pilar no hay catacumbas propiamente dichas –enterramientos de época romana– como sí pueden visitarse en la basílica de Santa Engracia. Sin embargo, en la catedral zaragozana sí pueden descenderse solo dos días al año (el 1 y 2 de noviembre) unas suntuosas escaleras de mármol negro que conducen hasta la cripta. Allí descansan cientos de héroes anónimos de la lucha contra los franceses, que reposan en dos fosas comunes en los laterales del recinto. Todos los años la Asociación Cultural Los Sitios les rinden homenaje, en una capilla en la que también reposan los restos de Palafox, quien falleció en 1847 y fue enterrado inicialmente en Madrid en el panteón de hombres ilustres de España, junto a la basílica de Atocha. Sin embargo, y cumpliendo su deseo de descansar «a los pies de la Virgen, a la que tanto amé», en 1958, sus restos fueron trasladados a Zaragoza con todos los honores, en una operación auspiciada por el entonces alcalde Luis Gómez Laguna.

La capilla de la cripta fue inaugurada el 12 de octubre de 1764 y restaurada en 1994. En ella se hallan también las sepulturas de monseñor Rigoberto Doménech, arzobispo de Zaragoza entre 1924 y 1955, y de monseñor Elías Yanes, inhumado en marzo de 2008. Aunque no hay una norma canónica que establezca el lugar de sepultura de los obispos, estos suelen enterrarse en la catedral de la ciudad donde murieron. Los de Zaragoza podían elegir entre la Seo y el Pilar.

la cripta y sus prohombres
La cripta y sus prohombres. Todos los día 1 de noviembre el Cabildo abre la cripta subterránea donde están enterrados algunos personajes ilustres: Ramón Pignatelli, Francisco de Borja, Rigoberto Doménech, José de Palafox… El último en ser enterrado allí fue el arzobispo emérito Elías Yanes, en marzo de 2018.

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