Por Guillermo Fatás
En lo alto del camarín de Santa María del Pilar de Zaragoza hay un ángel armado a quien apenas nadie ve, porque apenas nadie lo mira.
Una monja mística descubrió su existencia por revelación celestial.
María Coronel y Arana es más conocida como sor María de Jesús de Ágreda, villa de Soria donde nació y murió sin salir de ella en su vida, que duró desde 1602 a 1665. Nació bajo Felipe III y murió en el mismo año, pero cuatro meses antes, que Felipe IV. La sor era solo tres años mayor que el rey en quien influyó mucho.
El rey estaba llamado a reinar desde su nacimiento. La monja, a los ocho años, ya había hecho promesa de castidad perpetua. Hoy tendría menos valor un voto así en edad infantil. Su madre fue el vector por el que la familia dio a la Iglesia a sus cuatro hijos, dos mujeres y dos varones, que serían todos franciscanos.
La familia, acomodada sin ser opulenta, fundó en su propia casa un convento femenino de clausura, aún existente. Incluso el padre, sexagenario, entró como lego franciscano en un monasterio no lejano. La congregación escogida fue la de las Concepcionistas Franciscanas, en cuyos estatutos actuales se explica la razón de su nombre: la monja de esta orden, “haciéndose esclava del Señor, como María, proclama en actitud contemplativa la soberanía absoluta de Dios. La contemplación es su apostolado”.
El ejemplo, pues, que ha de seguir la monja es la adoración de Jesús, pero precisamente según las actitudes de María durante su vida. Una María percibida como arquetipo que debe ser conocido e imitado. No solo como madre y virgen al tiempo, sino como criatura concebida sin mancha adánica en el vientre de su madre.
No se trata aquí de hacer discursos teológicos, ni carismáticos, sino de explicar las circunstancias de una monja del Barroco que se sujetó a una disciplina mental muy particular: la contemplación de María como persona que cuidó de Jesús, para llegar con eso a su íntima comprensión. Una imitación que no podía ser perfecta, pues el modelo era de origen inmaculado, una excepción absoluta, sin mancha del pecado que afea por definición dogmática cristiana a todos los nacidos de mujer. Es un dato relevante si se tiene en cuenta que la congregación concepcionista fue creada en el siglo XV (la fundadora portuguesa, María Silva, murió en 1491) y el dogma de la Inmaculada Concepción no fue definido por el papa como ‘verdad revelada por Dios’ hasta cuatrocientos años después, en 1854.
En el Camarín de Santa María del Pilar de Zaragoza hay objetos en los cuales no suele repararse
Confidencias de María
Su Reverencia llevaba una vida ruda, ascética. Tenía la salud quebrantada por esa causa. Hay quien piensa que tal hecho facilitó los frecuentes transportes místicos que la hicieron famosa… y sospechosa. Famosa entre el vulgo y en la corte (se carteó mucho con Felipe IV, que fue a verla; y se conserva ese correo, decididamente político); y sospechosa ante la Inquisición, que la vigiló e interrogó, si bien sin sancionarla, desde 1635, siendo ya abadesa, puesto en el que estuvo hasta su muerte. Casi cuarenta años, con un breve intervalo.
En su trato directo con María recibió de ella numerosas confidencias sobre su vida íntima en Nazaret. La Inquisición (la papal, no la española) condenó y prohibió su relato en 1681. Y, al poco tiempo, hizo lo mismo la Sorbona, famosa Universidad de París, influida por Bossuet, teólogo providencialista (todo ocurre según un plan divino); pero el nuevo monarca, Carlos II el Hechizado, logró que España fuera exceptuada y que varias universidades elogiasen públicamente la obra en 1699. Tal fue el triunfo hispánico de la monja de Ágreda, cuya elevación a los altares se intentó enseguida. Fue suspendida en el siglo XVIII y reactivada en 1988.
Uno de ellos es un ángel armado que no debe ser tomado por san Miguel
Y esto es lo que la mística dice sobre el ángel del Pilar en su voluminoso tratado ‘Mística Ciudad de Dios, milagro de su omnipotencia y abismo de la gracia. Historia divina y vida de la Virgen Madre de Dios […] manifestada por la misma Señora’, editado en Madrid, en 1670 y declarado ‘obra auténtica’ por Roma en 1757.
Véase. A ruego de María, aparecida en Zaragoza a Santiago por orden de Cristo, “ordenó el Altísimo que, para guardar aquel santuario y defenderle, quedase en él un Ángel Santo encargado de su custodia, y desde aquel día hasta ahora persevera en este ministerio y le continuará cuanto allí durare y permaneciere la Imagen sagrada y la columna. De aquí ha resultado la maravilla que todos los fieles y católicos reconocen de haberse conservado aquel santuario ileso y tan intacto por mil seiscientos años entre la perfidia de los judíos, la idolatría de los romanos, la herejía de los arrianos y la bárbara furia de los moros y paganos”. Los canónigos y, por su orden, los artistas que idearon la exquisitez de la Santa Capilla quisieron ponerlo a la vista, acorazado y blandiendo una espada (diríase que hoy quebrada). Y ahí sigue, siempre alerta. Aunque nadie lo mire.