Un jeroglífico en el Pilar: el corazón de Juan José de Austria

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Heraldo de Aragón. Guillermo Fatás

En el Pilar hay muchos objetos dignos de nota y uno de ellos, recién descifrado, transmite sin palabras el mensaje que un príncipe del siglo XVII dejó en su testamento

Juan Jose de Austria ¿
Anónimo, Retrato de Juan José de Austria, último tercio del siglo XVII. Óleo sobre lienzo, 83 x 61 cm, Museo del Prado

Entre otras preciosidades, la Santa Capilla del Pilar, contiene doce medallones ovalados, en mármol de Carrara, con la biografía de María. La rodean por dentro y por fuera y se capta bien su ilación si se recorren (en sentido contrario al de las agujas del reloj). 

Narran desde concepción ‘inmaculada’ en el vientre de santa Ana hasta su llegada al mundo celeste. Nueve de los relieves son del barcelonés Carlos Salas, de fino gusto rococó, que vino a trabajar a Zaragoza, donde murió. Otros tres los labró el clasicista salmantino Manuel Álvarez de la Peña.

Las cuatro últimas escenas están fuera del templete: ‘Soledad’, ‘Dolorosa’ (en el lado Este), ‘Coronación’ y ‘Patrocinio’ (en el Oeste). Se ha dicho que la undécima y la duodécima son una adición heterogénea. No. María, tras la muerte de Jesús, sube al Cielo y protege desde allí a los fieles. La sintaxis del relato es muy coherente, como todo lo que Ventura Rodríguez y el Cabildo idearon para la Santa Capilla, paradigma de congruencia ideológica.

El último medallón es, así, la actividad de María, ya reina celestial, como protectora de la Iglesia, de España y su Monarquía. En esa predilección hispánica se creía a pies juntillas y aun hoy es convicción de muchos. Para los creyentes, la escena es puro presente. Se ha dicho siempre que la Monarquía, en el relieve de Salas, se encarna en Fernando VI, pues dedicó atención y dineros al edículo y ordenó a Ventura Rodríguez que lo trazase. Pero la idea no se corresponde con lo que se ve.

No es el rey, sino el ya difunto Juan José de Austria (1629-1679), hijo natural de Felipe IV y activo virrey de Aragón (1669-1678). Impulsó las obras en el templo maltrecho y, hecho aquí decisivo, ordenó enterrar su corazón en la Santa Capilla (el cuerpo fue a El Escorial), lo que se cumplió en 1680. Las actas capitulares, el testamento y otros testimonios confirman que la víscera fue depositada bajo la grada interior de la Capilla, inmediata a la Columna. Este vínculo íntimo y excepcional explica que su memoria quedara ligada al santuario. Pasma comprobar que esta historia todavía se cantaba, a modo de romance de ciego, en España y en América más de trescientos años después, tanto impresionó a las gentes la decisión aquella.

En el Pilar hay muchos objetos dignos de nota y uno de ellos, recién descifrado, transmite sin palabras el mensaje que un príncipe del siglo XVII dejó en su testamento

Un jeroglífico mortuorio

Un jeroglífico es un mensaje oculto en un grupo de signos y figuras. Este medallón es una especie de jeroglífico. Se ve a María que señala una columna, para que se note que es precisamente su Columna, el Pilar de Zaragoza. La miran, como extasiados, un papa con su tiara y un príncipe genuflexo y arrobado. El papa tiene los rasgos tópicos de san Pedro, y luce copiosa barba. España es una matrona, al modo de Atenea, Minerva o la diosa Roma: una mujer con yelmo y armadura, pero aquí sin lanza. Está pacíficamente sentada y con las manos entrecruzadas. No mira a María, sino al príncipe y en su gran escudo de hoplita hay una insólita heráldica. Sobre los castillos y leones que los Borbón usaron como armas abreviadas, reduciendo su vasta monarquía a solo Castilla y León, se han sobrepuesto en el centro los palos de Aragón: un gesto de afecto por el viejo reino hispánico que fue cabeza de la Corona homónima.

El personaje que aparece rodilla en tierra es de muy alto rango, pues luce la insignia del Toisón de Oro. El mítico vellocino que fue rescatado del fin del mundo por Jasón y los argonautas fue el símbolo nobiliario del rey de España desde Carlos I, heredado del borgoñón Felipe I de Castilla, su padre, y los Austria lo legaron a los Borbón de España (rama de Anjou, que perdura). La actitud del príncipe es anómala y teatral. Con una rodilla en el suelo (que es el de la Santa Capilla, según se verá) y la otra pierna extendida, se lleva la mano izquierda al centro del pecho y extiende el dedo índice de la diestra para señalar una grada junto a la Columna. A su lado, tendido, lo que puede ser un bastón de mando o bengala, signo de muy alto rango militar. El gesto de la mano que señala se repite en la Santa Capilla: en el altar, María señala el emplazamiento del Pilar ‘auténtico’; y dos veces en este medallón, pues María hace lo mismo y el príncipe, otro tanto. La convención fue grata a quienes planearon la obra y la usaron tres veces.

El retrato, sin peluca, con bigote, mosca y cabello natural, corresponde a un Austria. Fernando VI requiere rasgos borbónicos, rostro afeitado y peluca. La comparación física por sí sola descarta esa identificación. Cierto que Don Juan luce el Toisón de Oro, con el que no fue investido, pero en el siglo XVIII se le atribuyó: en Trépani hay otra efigie suya que lo lleva. De todo esto anda también al tanto Enrique Ester, que sabe mucho del Pilar. Salas, en todo caso, lo incorporó como signo de continuidad entre los Austria y los Borbón en la tutela del templo. El Cabildo, al aprobarlo, recordaba ese patrocinio y su gratitud, no obstante el tiempo transcurrido. En suma: dice en el jeroglífico Juan José de Austria: «Bajo esta grada del Pilar de María, protectora de la Iglesia, España y Aragón, dejo mi corazón para siempre». Aclarado queda.

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