El Pilar se convertía en el tercer monumento zaragozano clasificado por el Estado, después de Santa Engracia (1882) y el Santo Sepulcro (1893).
El Pilar fue declarado monumento nacional el 22 de junio de 1904. A la vista de los informes emitidos por las reales academias de Bellas Artes de San Fernando y de la Historia, La Gaceta del 29 de junio de 1904 publicaba un decreto fechado el 22 del mismo mes que elevaba a esa categoría a la catedral. Se terminaban así unas largas y laboriosas gestiones iniciadas y sostenidas por el entonces arzobispo de Zaragoza, cardenal Soldevila.
El 22 de junio de 1904, una real orden, transmitida por el Ministerio de Instrucción Pública, declaraba Monumento Nacional al Santo Templo Metropolitano del Pilar de Zaragoza. Desde esa fecha, la basílica mariana quedó bajo la inmediata inspección de la entonces llamada Comisión de Monumentos de la Provincia y bajo la tutela del Estado. Es, pues, a estos organismos a quienes compete la responsabilidad de mantener el inmueble y sus elementos artístico-históricos con la dignidad que reclama la excepcional categoría del título recibido. La ley establece que nadie puede adoptar acerca del edificio medidas que afecten a su integridad artística y arquitectónica.
Fue el arzobispo Juan Soldevila quien solicitó en Madrid el reconocimiento de monumento nacional. La verdad es que al prelado le animaba en su petición no sólo el convencimiento de los méritos que reunía la catedral del Pilar para ganar tal distinción, sino también la certeza de que, una vez otorgada la declaración, el Estado subvencionaría más fácil y generosamente las constantes obras que se realizaban en la inmensa fábrica del templo, como así fue.
El Cabildo colaboró estrechamente con su arzobispo en las gestiones iniciadas, que se prolongaron más de dos años. Además de todo el papeleo administrativo, Soldevila se desplazó varias veces a Madrid con el fin de acelerar el asunto.
Cuando se inicia el año 1904, el dossier llega a las Reales Academias de Bellas Artes de San Fernando y de la Historia. Del juicio que, en los aspectos artístico e histórico, les merezca a esas corporaciones dependerá el dictamen.
Zaragoza, las instituciones culturales, la Universidad, el clero y su arzobispo vivían pendientes de lo que pudiera decidirse en Madrid.
Por fin, el 5 de abril de 1904, la Real Academia de la Historia emite su dictamen favorable. El secretario, Cesáreo Fernández Duro, redactó un largo escrito que es todo un grandioso panegírico de los valores históricos del Pilar, subrayando de modo especial la vinculación del templo con los acontecimientos de los Sitios de la ciudad. La comunicación, dirigida al ministro de Instrucción Pública y que mereció la aprobación por 18 votos a favor y 3 en contra, terminaba así: La Academia, pues, opina porque se acepte la propuesta del arzobispo de Zaragoza, declarando así Monumento Nacional al templo de Nuestra Señora del Pilar, tanto por satisfacer a la condición de histórico como porque la devoción universal a aquella santa imagen ha contribuido a la ejecución de hechos tan admirables como los pasados en la defensa de la ciudad insigne, considerada como uno de los baluartes más robustos de la Independencia española.
Dos meses más tarde, el 11 de junio, llegaba al ministerio citado el informe de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, redactado por su secretario, Enrique Serrano Fatigati. Tras una enumeración detallada de las bellezas artísticas que se ofrecen a la vista en altares, coro y bóvedas, sobre todo las pintadas por don Francisco de Goya, y después de poner de relieve la categoría de Ventura Rodríguez como artífice de la Santa Capilla, el dictamen de la institución fue también favorable. Ya no quedaba más que la declaración oficial. Esta se produjo el 22 de junio de 1904.
En efecto, La Gaceta del 29 de junio publicó la real orden que declaraba monumento nacional al Pilar de Zaragoza. El decreto llevaba la fecha ya señalada del 22 de junio. Cuando en la ciudad se supo la noticia, se multiplicaron las reacciones de alegría, sobre todo en las entidades y ambientes cultos.
El 30 de junio, es decir, al día siguiente, el arzobispo Soldevila comunicaba oficialmente la buena nueva al Cabildo mediante un oficio en el que destila emoción, agradecimiento y alegría por la nominación. El prelado escribe: “El Templo Mariano queda así más asegurado para ejecutar las obras que sean necesarias a su reparación y conservación con la tutela del Estado, persuadiéndome de que el Cabildo por el distinguido celo y amor que profesa a la Santísima Virgen del Pilar y a su Templo Mariano, contribuirá a dar gracias al Todopoderoso por el beneficio que nos concede”.
A la mañana siguiente, el 1 de julio, el Cabildo celebraba sesión extraordinaria y comisionaba a dos canónigos para que fueran a visitar a Soldevila en su Palacio Arzobispal y concretaran las fiestas que habían de celebrarse en acción de gracias. La verdad es que estos festejos quedaron reducidos, de hecho, a unos cuantos actos litúrgicos en el propio Pilar.
El 12 de julio, en el despacho del gobernador civil, y bajo su presidencia, se reunió la Comisión de Monumentos. En ella se dio cuenta de la real orden del 22 de junio declarando monumento nacional al Templo del Pilar, en la que se dispone que quede bajo la inmediata inspección de la Comisión de Monumentos de esta Provincia y la tutela del Estado, sin que por nadie se puedan adoptar medidas que afecten a su parte artística y arquitectónica. La Comisión acordó cumplimentar lo dispuesto en la citada real orden, a cuyo fin el presidente y vicepresidente habían visitado el día anterior al arzobispo Soldevila para ponerse de acuerdo y llevar a cabo la delicada misión que se le había confiado.
El recuerdo de la fecha que propicia el informe retrospectivo de esta página requiere siquiera una rápida consideración sobre el estado actual del monumento. Un mínimo de rigor obliga a reconocer que, gracias al Cabildo y a la generosidad de los fieles, sigue en pie. Un edificio de dimensiones tan colosales y expuesto a tan graves riesgos naturales necesita una permanente vigilancia y una atención minuciosa en el conjunto de su estructura. En ocasiones memorables ha habido que llegar a procedimientos extremos, como la subasta de alhajas, para atender a necesidades perentorias, evitar irreparables desperfectos y hasta el hundimiento total del edificio.
Tampoco le ha faltado a la Corporación capitular esmero para cuidar, mantener y mejorar los elementos artísticos que encierra la basílica. Sin referirnos a actuaciones lejanas, ahí están las restauraciones de las pinturas de Goya, la del Retablo mayor y la realizada en la vera efigie de la Virgen del Pilar. Hay que reconocer que, en algunos de estos empeños más precisos, patronazgos generosos e intermitentes ayudas de la Administración han colaborado con el Cabildo y los devotos a sostener el templo de la Patrona de Aragón. Especial mención merecen los apoyos financieros en la restauración de la colección de tapices y sargas, piezas mayores del patrimonio catedralicio.
Aunque las actuaciones sobre las obras de Goya y Forment fueron sin duda espectaculares, queda mucho por hacer, tanto en el interior como en el exterior, desde el estado de algunos frescos al mobiliario e iconografía del templo, las fachadas y muros… quizás el Pilar no llegará a ser nunca, como Guadalupe, patrimonio de la Humanidad, pero tratemos de que su estado no nos cubra de vergüenza y siga ostentando con orgullo su título, ya centenario, de Monumento Nacional.
(Actualización del artículo escrito por don Juan Antonio Gracia con motivo del 90 aniversario de la declaración del Pilar como monumento nacional, celebrado el 22 de junio de 1994).